2007/03/30


El AGUA:
El agua es un símbolo de gracia, lo que aparece claramente en el simbolismo del bautismo. Lo sagrado se define por el temor reverencial del que es objeto: es el reflejo de un principio eterno, y por lo tanto indestructible; de ahí proviene directamente la inviolabilidad de la que goza.
Francisco de Asís glorifica a Dios por los cuatro elementos, uno detrás de otro, en su famoso «Cántico al Sol». En lo que respecta al agua, escribe: «Alabado seas, Señor, por la Hermana Agua, que es muy útil y humilde, y preciosa y casta» (Laudato si, o Signore, per sor acqua, la quale e molto utile ed umile e preziosa e casta). Se podría tomar este verso por una simple alegoría poética, pero de hecho su sentido es mucho más profundo: la humildad y la castidad describen bien la cualidad del agua, que, en un río, se adapta a cualquier forma, sin por ello perder nada de su pureza. «El alma humana se parece al agua», pudo escribir Goethe, retornando así una analogía que se encuentra tanto en las Escrituras sagradas del Próximo Oriente como en las del Extremo Oriente. El alma se parece al agua, igual que el espíritu es comparable al viento o al aire.
Para los hindúes, el agua como elemento vital se identifica con el Ganges, el cual, desde su fuente que brota en los Himalayas, la montaña de los Dioses, riega las llanuras más vastas y más pobladas de la India. El agua del Ganges se considera pura, desde su fuente hasta su estuario, y de hecho está preservada de toda polución por la arena fina que arrastra en su curso. A quien se baña en el Ganges con espíritu de arrepentimiento, todos sus pecados le son perdonados: la purificación interior encuentra aquí su soporte simbólico en la purificación exterior, la que procura el agua del río sagrado. Es como si esta agua lustral viniera del cielo, pues su origen en los hielos eternos del «techo del mundo» simboliza el origen celestial de la gracia divina, la cual, en cuanto «agua viva», encuentra su fuente en la Paz inmutable y eterna. En este caso, y en los ritos comparables que encontramos en otras religiones o en otros pueblos, la correspondencia entre el agua y el alma ayuda a ésta a purificarse, o más exactamente a recobrar su pureza original y esencial. Así, el agua simboliza el alma. Desde otro punto de vista –pero de un modo análogo– simboliza la materia prima del macrocosmo. En efecto, al igual que el agua encierra en sí, en el estado de puras posibilidades, la totalidad de las formas que puede tomar en su fluir y en sus surgimientos, también la materia prima contiene todas las formas del mundo en el estado indiferenciado.
La flor del loto abierta, asiento de las divinidades de la India, es también un «trono de Dios» que flota sobre el agua de la materia prima, o sobre el agua de las posibilidades principiales. Este símbolo, que la India ha transmitido a la mitología y al arte budistas, nos lleva del agua como imagen de la substancia primordial del mundo al agua como reflejo del alma. El loto del Buddha o del Bodhisattva, en efecto, se eleva por encima de las aguas del alma, igual que el espíritu iluminado por el conocimiento se libera de la existencia pasiva. El agua representa aquí algo que debe ser superado, pero no por ello deja de poseer un aspecto benéfico, pues en ella está enraizada la flor cuyo cáliz encierra la «preciosa joya» de Boddhi, el Espíritu divino. El Buddha es él mismo este Espíritu, puesto que es «la Joya en el Loto». ( FUENTE El simbolismo del agua *
Por Titus Burckhardt ).

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